La peregrinación con la Hospitalidad de Lourdes de Barcelona estaba programada una vez finalizado el curso 2021-2022. Tuvo lugar en el mes de junio y nos sumamos los seminaristas de las etapas Propedéutico y Discipular. Para algunos de nosotros, como fue mi caso, se trataba de la primera experiencia mientras que otros ya repetían.

Los días previos a la salida se percibía en la sede de la Hospitalidad la ilusión desbordada por la peregrinación, tanto de los organizadores como de los hospitalarios y peregrinos, incrementada por la suspensión de los viajes al Santuario de los últimos años con motivo de la pandemia. Esta ilusión nos fue contagiada a los seminaristas que nos preparábamos para la salida en la reunión preparativa, en la cual se nos transmitió -especialmente a los nuevos participantes- la gran experiencia que estábamos a punto de vivir, y que tanto bien nos iba a hacer en nuestro proceso formativo encaminado hacía el ministerio presbiteral.

Llegado el día de salida, nos encontramos en la estación de Francia, donde se distribuían los autocares entre los diversos grupos, con sus hospitalarios y voluntarios. Ya en el trayecto pudimos vislumbrar la alegría, fraternidad y esperanza en una expedición ansiosa de encontrarse con la Virgen y sentir el consuelo de su manto durante los días venideros.  Aun con ganas de llegar cuanto antes al Santuario, no dejamos de disfrutar el viaje, especialmente en las diversas paradas del trayecto.

Llegamos a Lourdes por la tarde del día 23. Rápidamente nos instalamos y acudimos al Accueil, el hospital donde se alojaban los enfermos y peregrinos. Allí empezamos a prestar nuestro servicio junto a los demás voluntarios, algunos de ellos con años e incluso décadas de experiencia en esta peregrinación. Una vez acostados los peregrinos, los seminaristas acudimos, antes de irnos a dormir, a la última misa del día en la gruta de la Virgen.

Los días sucesivos, del 24 al 26, fueron intensos y sin tregua para el descanso, que parecía no necesitarse. Pese a las escasas horas de sueño, encontrábamos fuerzas para poder no solamente llevar a cabo las tareas de ayuda, sino disfrutar de ellas, a la par que de la compañía de todos los hermanos que la Providencia nos ponía en el camino.

Madrugábamos para acudir al servicio de sala asignado, donde ayudábamos a los enfermos para después acudir a los actos y celebraciones previstas: la misa con la Hospitalidad, la procesión de antorchas, la exposición del Santísimo o la misa internacional son momentos de oración que voluntarios y peregrinos gozamos con intensidad.

Pasamos los días de peregrinaje compartiendo una gran experiencia, que finalizó el último día con una paella fraterna, música y baile posterior, donde celebramos toda la experiencia vivida.

El Santuario de Lourdes y los peregrinos suponen una luz de esperanza para nuestros atribulados días: bajo el amparo de la Virgen, el Señor se hace presente de forma especial y a través de los más necesitados.

Raul Tornavacas
Etapa Discipular

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